jueves, 26 de enero de 2012

Sexo en Lima York (7)

Sorpresas de una noche en Lima

Cuando decidimos que ya era tarde y dejar la exposición, teníamos la secreta intención de darnos una vuelta por algún bar cercano, Juan insistía en ir al 80Divas, donde había conseguido uno de sus últimos ligues, Javier por su parte no quería salir hasta muy tarde y yo, bueno a mi me daba lo mismo ir a cualquier lugar, aprovecharía la ocasión para tomar nota de algún detalle del local y publicarlo en mi columna semanal.

Salimos de la sala de exposiciones hasta la plaza mayor de Lima, eran aproximadamente las once de la noche y el viento del oeste traía olor a mar, muy extraño por que el mar esta relativamente lejos de nuestra plaza de armas. Decidimos que lo mas sabio sería dar una vuelta por el jardín de las Flores, para ver la fauna de ofrecidos muchachos y no tan muchachos que ofrecen su vigor por unos cuantos soles, hablábamos de la exposición, comentábamos lo detalloso que había sido Miguel con las pequeñas cosas que hacen que las veladas sean mas emocionantes, los camareros sacados de cuento de Ricardo Palma, la comida exóticamente peruana, la música en sincronía con las conversaciones, y sobre todo, la variedad de invitados, tan diferentes unos de otros, pero con ese vínculo de secreto, de misterio que caracteriza a los viejos gays de la vieja Lima.

Javier nos comentaba que había localizado en la exposición a Carlos, un chinito bastante destacado por su silenciosa armonía, según dijo Javier, era casi imperceptible entre el común de los mortales, pero una vez que capturaba tu mirada, imposible salir de sus ojos. Siempre me ha gustado como Javier logar hacer que sus amigos resulten lo mas interesante del mundo y que me den muchas ganas de conocerlos, y realmente, hasta hoy, no he tenido ninguna decepción con la gente que he conocido a través de Javier.

- ¿y quién es este Carlos? - dijo Juan – nunca hablaste de él

- Es un viejo conocido de finales de los noventas creo – dijo Javi

- ¿solo un conocido? – pregunté - detecto cierta vehemencia en tus palabras.

- Está bien, está bien, les contaré, pero necesito unas cervezas, ¿tienen tiempo verdad? Javier tomó rumbo a nuestro bar de siempre, donde nos sentaríamos a escuchar su historia, la historia de Carlos…

Mientras caminábamos al local donde con tanto cariño atienden a Javier, uno no podía dejar de ver a esos muchachos que con osadía te miran directamente a los ojos mientras sus manos juegan a recorrer sus cuerpos, haciendo destacar sus atributos sexuales, en busca de una oportunidad de ganarse unas monedas, unas cervezas y tal vez, una cena. Me llamó mucho la atención un moreno casi negro que me miró con ojos rebeldes, con un desafío pendiente en los ojos, esa mirada ya la había yo sentido antes, cuando la historia comenzaba a escribir sus primeras páginas de Sexo en Lima York.

Cuando entramos al local pude vislumbrar una mirada brillante en el fondo del local, siempre atento a la puerta, Héctor casi corrió a recibirnos, saludándonos de mano, nos ofreció una mesa mas bien cercana a la barra, donde podíamos charlar con tranquilidad y estar atendidos en muy corto tiempo ( y de donde Héctor podía mirar a Javier sin necesidad de disimular).

- Cuéntamelo todo y exagera – le dije

- Y llora para creerte – dijo Juan

- Está bien, está bien, la historia es como sigue…

“ A finales de los noventas, un grupo de chicos decidimos que nos reuniríamos una vez a la semana a intercambiar experiencias, o para recibir información de las nuevas formas de ser gay en Lima, o simplemente para salir en grupo si así lo decidíamos, éramos alrededor de veinte gays de todas partes de Lima, chicos de Miraflores, Lince, Chaclacayo, Comas, Jesus María, y el Callao. Las reuniones eran bastante divertidas, cada tema tratado era preparado con esmero por las personas asignadas, y como es natural en los gays, competíamos por hacer una cosa espectacular en comparación con la anterior. En una de esas reuniones, el anfitrión de turno, nos presentó a un nuevo integrante, un chico bajito y chinito que solo dijo “hola” se sentó en una esquina y solo hablaba cuando era inevitable hacerlo, supimos que su nombre era Carlos y que vivía en el Callao. La cosa está que como te decía al principio, Carlos tiene esa facultad de pasar desapercibido a voluntad, de hacerse notar solo cuando quiere hacerlo y se hizo notar, claro que si; yo hasta ese día no me había fijado en ninguno de los miembros del grupo como para parejas, pero cuando vi a Carlos, mi mente pensó que ese muchacho debía ser parte de mi vida.

Comencé a interesarme por ser organizador de las siguientes reuniones, con el único objetivo de ir con mayor frecuencia al departamento donde nos reuníamos, con la esperanza de coincidir con Carlos, hasta que una de esas noches por fin, mi deseo se vio cumplido, Carlos estaba ahí tomando un café con el dueño del departamento, fueron muy amables y me invitaron a tomar también a mi una taza de café. La charla amena fue la causa de no darnos cuenta que el reloj no perdona, y a las once de la noche reaccioné recordando que al día siguiente tenia que ir al trabajo, y Carlos también se puso de pié para despedirse, cuando salimos, la llovizna de Lima en julio hacia que las calles estén desiertas, Carlos me preguntó donde iba, y yo le indique que tendría que ir andando hasta el Paseo Colon, a unas 12 calles de donde estábamos.

- está bien – dijo – te acompaño.

- ¡no! – respondí – ¡tu vas para el otro lado!

- Da igual, puedo tomar un bus distinto – insistió

- Está bien, pero te debo una – le dije

Caminamos despacio, disfrutando del frío del invierno, charlando de cosas que nos hacían reír, de cosas serias que también nos hacían reír. Cuando llegamos al Paseo Colón, Carlos me dijo que quería un cigarro, y también que tenía hambre, así que le propuse dar una vuelta por el jirón de la Unión, por si encontrábamos algún restaurante abierto, para tomar algo, y ahí nos fuimos, riendo y chocando los cuerpos con intencionada casualidad de mi parte, hasta que llegamos a una sala de juego que abría por primera vez esa noche, la iluminación y la cara de los trabajadores de ese sitio era un drama, seguramente había mucha menos gente de la que habían invitado, y el gerente, al vernos pasar, nos invitó a entrar, para poder probar las máquinas, ambos jugamos un par de monedas y mientras eso pasaba, nos trajeron panecillos con pollo y varias bebidas, así que nos dimos el gusto de cenar algo y a la vez probar suerte, aunque ninguno de los dos ganó nada en esas maquinas.

Salimos del casino riendo y yo burlándome de la insistencia que Carlos tenía en que con una moneda mas hubiera ganado un gran premio, pero logré sacarlo del casino y poner rumbo a casa. De camino pasamos por un parque bastante poco iluminado, por donde ahora sale el Metropolitano, y mientras caminábamos y reíamos, un anciano un poco despistado se acercó para ofrecernos rosas, “rosas para los enamorados “ dijo, esto fue causa de unas risas mas intensas que las de antes, mientras esperábamos el autobús, nos sentamos en una banca a horcajadas frente a frente, y mientras conversábamos, nuestras cabezas se fueron acercando, y mientras reíamos, nuestras manos comenzaron a hablar un lenguaje propio, y mientras los pocos autos de la madrugada pasaban, nuestras rodillas se buscaron, ajustando su posición para poder acercarnos mas y mas hasta no poder resistir besarlo.

Fue un beso al principio dudoso, tímido, protegido de curiosos por la media luz que ese parque tenía, y luego se convirtió en un beso intenso, apasionado, masculino, cargado de deseo sexual contenido, Carlos me confesaba que había estado esperando y yo le dije que lo estaba buscando cada día en el departamento. La calma fue llegando con el odioso sonido del reloj de pulsera que anunciaba las dos de la mañana, volvimos a la realidad y nos despedimos hasta la noche siguiente, para la reunión previa a un fin de semana en el campo con todos los del grupo.

De regreso a casa, no pude dejar de sentir sus labios en los mios, el olor de su pelo, sus dedos recorriendo mi cuellos…

Fue una de las mejores experiencias que tuve en aquellos bonitos años”

Juan y yo estábamos absortos en su relato, y cuando Javier terminó y volvimos a la realidad, vimos que una mirada de melancolía apareció en los ojos del narrador, y muy cerca, casi a espaldas de Javier un enamorado Héctor cerraba los ojos queriendo ser protagonista de la historia…

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